lunes, 13 de octubre de 2008

"Fui vestida de chico hasta los 16"

Fuente: La Vanguardia.

Fui vestida de chico hasta el año pasado, cuando mis pechos comenzaron a delatarme - dice Parvaneh, de 17 años-. Mi madre me dio la idea, porque no soportaba tener que llevar el rusarí (pañuelo islámico). Además, los chicos tienen mucha más libertad... ¿tú nunca has deseado ser hombre?".

Como muchos adolescentes y jóvenes iraníes, Parvaneh, con sus ojos maquillados de negro, un collar con una calavera, y un pequeño pañuelo que deja asomar un estudiado corte de pelo, empuja a diario los límites de lo aceptable en la República Islámica. En Kashan, la pequeña ciudad del centro de Irán donde vive, el rusarí amarillo canario de Parvaneh es minoría entre los negros chadores (velo de cabeza a pies). Teherán es otra historia. Allí las chicas con ceñidos mantós (una especie de gabardina hasta las rodillas), minúsculos rusaríes que parece que vayan a caer en cualquier momento y maquillajes de escándalo son legión.

Un 70% de la población iraní tiene menos de 30 años, y el 50%, menos de 25. Son producto de las políticas natalistas de Jomeini, que quería un nutrido ejército para defender la revolución de sus enemigos externos. Lo que el ayatolá nunca imaginó es que algunos de estos jóvenes se convertirían un día en agentes internos del cambio..., un cambio que se intuye pero que nunca llega.

"Yo odio el rusarí,te lo aseguro. Lo llevo desde los nueve años y aún no me he acostumbrado... ¡y tengo 32! - explica la shirazí Golnaz, que constantemente se recoloca su resbaladizo pañuelo-.

Pero lo de las nuevas generaciones es diferente. No tienen reparos en demostrar abiertamente que están en contra del hiyab".

Desde la revolución islámica de 1979, a partir de los nueve años niñas y mujeres deben llevar la cabeza, las piernas y los brazos cubiertos, con ropa que no insinúe las formas del cuerpo. No respetar este código de vestimenta (hiyab) puede acarrear una detención, una multa o incluso un castigo corporal.

Narges, de 22 años, no tiene miedo: "Me detuvieron una vez. Eran dos, una mujer y un hombre. Me pararon y dijeron que enseñaba demasiado pelo. Yo les contesté que no era asunto suyo". Se resistió. "Tuvieron que llamar a otras dos mujeres para reducirme. A él le dije que ni se le ocurriera ponerme la mano encima; conozco la ley y un hombre no puede tocar a una mujer". Narges pasó la noche detenida, su padre fue a recogerla a la mañana siguiente y sólo salió tras pagar una multa y firmar un documento prometiendo no reincidir.

Ya hace años que la sociedad iraní ha aprendido a conquistar sus libertades en el ámbito privado. Pero ahora muchos jóvenes se rebelan contra el confinamiento. Instruidos, informados (pese a la censura, la televisión satélite y los programas proxy para acceder a páginas web bloqueadas están muy extendidos), no buscan derrotar el régimen, ni hacer una revolución. Simplemente quieren pasarlo bien... "como el resto del planeta", dice Ali, de 24 años.

Cenamos en un restaurante de Kashan con Parvaneh cuando de pronto se acerca a la mesa su amigo Amir. Viste tejanos holgados, con un reproductor de música mp3 asomando en el bolsillo, camiseta de manga corta, el pelo peinado hacia arriba. Durante los dos o tres minutos que dura la conversación, todo son miradas incómodas, incluso de censura, de las mesas vecinas. Y es que Parvaneh y Amir están haciendo algo prohibido: en Irán un hombre y una mujer no pueden estar a solas ni salir juntos si no están casados, comprometidos o son parientes. "Pueden mirar todo lo que quieran, me da igual", se encoge de hombros ella.

"¿Ves ese coche verde? - dice Mehdi, de Isfahán-. Es la policía religiosa. Vigila que las mujeres vayan bien vestidas, que no haya parejitas". Aunque es habitual ver a la policía patrullando a la caza de amoríos ilegales,los parques y jardines son el lugar preferido para disfrutar de un poco de intimidad. Isfahán es una de las ciudades más conservadoras de Irán, pero al atardecer, sobre el bello puente safávida llamado Si o se (el de los 33 arcos), una pareja de apenas veinte años pasea de la mano. Ambos lucen corbata; negra él, blanca ella. Toda una declaración de intenciones en Irán, donde la corbata fue prohibida tras la revolución y aún hoy está considerada por las autoridades antiislámica y símbolo de la decadencia occidental.

Hosein, de 28 años y de Teherán, lleva un año viviendo en secreto con su novia. "Los vecinos no deben saberlo, podrían denunciarnos. Es ilegal, pero no pueden decirme cómo vivir mi vida". A una de las escasas extranjeras que pasean por el bazar se le cae el pañuelo. Hosein le suelta: "¡Cúbrete, rápido, no sea que el islam se te escape volando!".

Ali asiente: "En Irán no hay libertad. No puedo pasearme tranquilamente por la calle con mi novia, decir que no creo en Dios, divertirme en una discoteca con mis amigos, o beber alcohol abiertamente. Por eso quiero irme... ¿Tú sabes cómo puedo conseguir un visado?".

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